A L.·. G.·. D.·.
G.·. A.·. D.·. U.·.
L.·. I.·. F.·.
R.·. L.·. “Lux Veritatis n.º 3 al Or.·. de Terrassa
QHNOS/NAS,
todos en sus grados y oficios
SÍNTESIS
DEL GRADO DE APRENDIZ MASÓN
Etimológicamente la palabra
“aprendiz”, proviene del latín “apprehendere”, que significa “persona
que empieza a instruirse”, Sus componentes léxicos son: el prefijo “ad”
(hacia); “prae” (antes); “hendere” (atrapar) más el sufijo “-iz”
(agente femenino). Así pues, el verbo, aprender, puede entenderse como “dar
capacidad de pensar y elaborar críticas frente a la realidad”; esto es, no
ser conformistas sino desarrollar la capacidad de crítica y reflexión. De ahí
que al Neófito o profano se le llame “aprendiz”.
Desde sus comienzos, la
francmasonería se ha constituido como una institución eminentemente formadora
de hombres y mujeres virtuosos por excelencia; como la más noble y genuina
institución dedicada a la tarea de plasmar un ideal de ser humano, habido de
conocimientos, culto, solidario y fraternal; un ser amante de la “verdad” y
“libre” de prejuicios. Centrando su interés en el individuo en cuanto que
converge en la sociedad, pues sólo a través del individuo correctamente formado
se puede mejorar a la humanidad. De ahí que su misión o finalidad última sea
hacer desaparecer todas nuestras imperfecciones, todo lo negativo y fomentar y
aumentar nuestra capacidad de amar, de empatizar con el prójimo, de justicia,
igualdad y hermandad, para hacer del Neófito, un ser digno y útil en la
sociedad.
Sobre la base de esta premisa, la
meta de todo “aprendiz” es pulir su “piedra bruta” y convertirse
en un ser humano nuevo, un ser humano que convive con la naturaleza y converge
en ella, para de esta manera, crear el equilibrio perfecto de nuestro Universo.
Durante su iniciación, el/la “aprendiz”,
se encamina hacia un nuevo nacimiento, una nueva vida. El/la Masón/a no sólo ha
de “vivir”, sino que, además ha de saber “convivir”; lo que supone un auténtico
proceso de socialización que equivale a convertir el “yo” en “nosotros”,
evitando de esta manera el individualismo a la hora de socializar con el mundo
exterior. Para conseguir este fin, la francmasonería, inculca al/la iniciado/a
un perfecto repertorio de principios intangibles, los cuales, se traducen en
conocimientos teóricos, cuya
aceptación es fundamental para el ingreso y permanencia en la Orden. Principios
que la definen e individualizan, de manera que sin ellos desaparecería la
institución como tal, pues son expresión de la correcta y buena doctrina que
todo/a Masón/a debe cumplir y respetar. Principios como: el de “libertad e
igualdad” que implican que todos los seres humanos tenemos los mismos derechos
y deberes, que todos somos iguales; por lo que cualquier forma de esclavitud o
servidumbre pugna con este ideal masónico. Así como, el principio de
“Fraternidad”, que se traduce en el respeto mutuo, la solidaridad y empatía
mutua, indispensable para que lo principios de igualdad y libertad no se
conviertan en una utopía. Libre para decidir sobre nuestra propia vida sin más
restricciones e imposiciones que las impuestas por la Leyes ante las cuales
todos los seres humanos debemos ser considerados iguales, sin discriminaciones
por razón de raza, creencias, ideologías, sexo ni estatus, y conseguir así que
reine la “hermandad” entre todos los miembros de nuestra sociedad.
Herramientas del aprendiz masón
Para llevar a cabo esta tarea de pulimiento de la
“piedra bruta”, el/la “aprendiz” cuenta con una serie de
herramientas e instrumentos, como: el mazo, el cincel y la escuadra.
Mazo y cincel utilizados para golpear, romper y arrancar nuestras
imperfecciones, a la vez que moldeamos y pulimos. Lo que implica un trabajo
constante y de gran fuerza, cuyo fin último es obtener la “Piedra Pulida”.
El mazo me ha ayudado a encontrar la fuerza interior
necesaria para descubrir mis defectos e imperfecciones y la entereza para
proceder a romperlos y arrancarlos. Me ha ayudado a descubrir mi valía, fuerza
y determinación. A perseverar y no
decaer, ni dejarme llevar por el desánimo. Por su parte, el cincel
me ha servido para dar formar y moldear mi “yo” interior, ayundándome a pulir y
suavizar los bordes o aristas cortantes, resultantes de golpear y arrancar mis
imperfecciones.
Asimismo, la escuadra nos ayuda a
controlar y regular la forma de la piedra bruta al pulirla, y de
esta manera, ajustarla en verticalidad y horizontalidad, para conseguir
igualarnos o equipararnos al resto de los hermanos, como símbolo de precisión.
En este sentido, la escuadra me ayuda a no perder el rumbo, a mantener el
equilibrio que me permita seguir mi camino, siempre avanzando en línea recta,
sin perder mi centro, mi vértice, impidiendo que me incline hacia un lado u otro, que zinzaguee.
Además de éstas, el/la “aprendiz”
cuenta con otros instrumentos en su camino hacia la perfección, tales como:
El nivel que representa la igualdad entre todos los hermanos.
Este instrumento me recuerda que todos los seres humanos somos iguales, que
tenemos los mismos derechos y obligaciones. A tratar a todos por igual sin
interferencias ni distinciones, como “ser humano puro” que vive y respira, con
independencia de cuál sea su raza, sexo, estatus social, su ideología y
creencias.
La plomada símbolo de la atracción, actuado como fuerza de
gravedad que nos permite encontrar nuestro punto central y la rectitud que debe
regir en todos los actos y juicios de un/a buen/a masón/a (emblema de la
justicia, la igualdad y la rectitud), que nos sirve para alinear, verticalmente
nuestro centro y definir el eje sobre el cual se edifica nuestro templo. Este
instrumento me ayuda a mantenerme en constante equilibrio, a avanzar en línea
recta y hacer que mis actos y juicios se distingan por ser íntegros y
ecuánimes.
El compás símbolo del espíritu y de su poder sobre la materia.
Con sus puntas abiertas o desplegadas simboliza el trabajo material e
intelectual del ser humano. Además, el compás representa la solidaridad
masónica que, a su vez, significa la fraternidad entre todos los
seres humanos. Representa a la ética masónica, e indica los límites que el
individuo no debería traspasar. Con el compás marco mis fronteras, aquéllas que
como buena masona no debo traspasar nunca, lo que me supone de una gran fuerza
de voluntad, y constancia, pues, son muchas las flaquezas y tentaciones que
giran a mi alrededor y tratan de hacerme caer.
Por último, tenemos, la escuadra
símbolo de rectitud masónico, que el/la “aprendiz” utiliza como
“signo”, en cada uno de los pasos de su marcha, en el camino de la perfección
avanzando con lentitud desde Occidente (donde están las tinieblas) hacia
Oriente (de donde parte la “luz” y la “sabiduría”); es un
recordatorio del deber que tiene el/la “masón/a” de que sus actos se ajusten a
la rectitud. Así, la escuadra simboliza “la tierra” y el compás “el espíritu”.
Ambas herramientas, me ayudan a no perder mi horizonte, a alcanzar la rectitud
y perfección en mis actos y juicios; a actuar con rigor y prudencia, acorde a
las enseñas y conocimientos que he ido adquiriendo, para que a través de ellos
puedan reconocerme como una buena y justa masona.
El aprendiz y la “piedra bruta”.
Como tal, la piedra bruta es un
trozo de roca sin labrar en su estado más “basto y natural”, que simboliza al ser humano primitivo e imperfecto,
al individuo recién iniciado en la Masonería. De ahí que el trabajo del aprendiz
consista en desbastar esa piedra bruta, es decir, tratar de
dominar sus pasiones y perfeccionar su espíritu. Es por ello que la piedra
bruta es el símbolo del aprendiz, sobre la cual debe
trabajar hasta conseguir pulir su rudeza original, propia de la vida profana y
de la imperfección de la naturaleza humana.
Este significado simbólico de la piedra
bruta nos sugiere una estrecha relación con el sistema “moral”
que la Masonería nos enseña en torno a la perfección del ser humano, la
búsqueda, desarrollo espiritual y las conductas sociales basadas en valores
como el respeto, la fraternidad, la humildad, la tolerancia y los derechos
inherentes a todo individuo.
De ahí que este sistema moral sea representado por
la piedra rudimentaria, la cual nos estimula, a nivel del aprendiz,
a un incesante trabajo en torno a las prácticas y doctrinas masónicas, en el
anhelado deseo de encontrar “la Verdad”. Pero esta búsqueda de “la
Verdad” sólo es posible por medio de una profunda indagación de
nuestros sentimientos y la mejor disposición a un verdadero y exhaustivo trabajo interior. De ahí
que, el trabajo masónico consista, simbólicamente, en perfeccionar la
existencia humana, a través de un permanente y constante trabajo de
transformación.
En esta búsqueda de la “Verdad”, me he dado cuenta
de cuán imperfecta es mi existencia; analizar mis actos y juicios, a modo de
acto de contrición ha sido una dura batalla. Darme cuenta de que a pesar de
considerarme una persona justa y racional, en ocasiones me dejaba llevar por
mis impulsos, llegando, incluso a actuar o pensar de distinta manera, ante
situaciones idénticas, dependiendo de mi estado de ánimo. Comprender, el por
qué, de esta actitud me ha supuesto de un severo y profundo acto de contrición,
con lo cual se ha convertido en un trabajo de constante lucha interna. De
intentar controlar mis pasiones y actuar impulsivo; de ser más reflexiva y
paciente. Este trabajo
de “golpear y pulir” mi piedra bruta, me ha ayudado a arrancar muchas de
mis imperfecciones y a limar mis asperezas.
No obstante, a pesar de este avance, soy
consciente de que aún necesito hacer más uso del mazo y el cincel en esta dura
batalla con mi ser interior, ya que, aún tengo momentos de flaquezas en las que
mis pasiones, mis impulsos me atrapan; a pesar de ello, saco fuerzas y lucho
contra contra ellas, como si estuviera en un combate de boxeo a vida o muerte,
con el fin último de alzarme con la victoria y alcanzar esa perfección tan
deseada.
Desde esta perspectiva, el/la aprendiz
busca y escoge la piedra que debe ser preparada para la construcción del
templo, comenzando a moldearla y darle forma a golpe de cincel, de forma
continua y pausada, con inteligencia y disciplina, con paciencia y dedicación,
y con una fuerza precisa de manera que, golpe a golpe, moldee gradualmente la
partículas de la piedra hasta desbastarla. Así, esta “piedra bruta”
representa nuestro “yo interno”. De ahí que, el logro de la
perfección, simbolizado en el pulimiento de la piedra, consista en
desprendernos de nuestros errores, prejuicios, odios, pasiones,
desarraigo...
De esta manera, podemos afirmar, que esta “piedra
bruta” representa la fortaleza y la moral del “Primer grado”; en el
esfuerzo, predisposición de aprender y la dedicación que se ponga en ello. De
ahí que este sea el fundamento en el que se apoya todo progreso, pues, se
realiza reconociendo, asimilando y dominando lo aprendido, a pesar de las
circunstancias adversas de la vida y de la sociedad en que nos encontramos, y
con las respectivas experiencias que se deriven de esta relación.
Así, en la historia de la humanidad, han existido
distintas formas de concebir la idea de perfeccionamiento y búsqueda de la
felicidad, expresado, de un lado, en el cambio cualitativo en nuestras
relaciones con los demás, lo que a mi parecer implica ver y tratar al prójimo
como a uno mismo, empatizar con él, ser más caritativos y justos en nuestro
trato y por otro, en la perspectiva del crecimiento espiritual personal, lo que
implica un cambio o trasformación de nuestro ser interior, que nos permita crecer
como personas fomentando la justicia, la caridad, la igualdad de trato y el
amor fraternal.
Es por ello que, la transformación interna del/la “aprendiz
masón/a”, a través del pulimiento de la “piedra bruta”,
debe crear en su conciencia, la necesidad de superar las condiciones
arrastradas de su materialidad pasada y actual, producto de la vida profana.
Este trabajo de transformación de la “piedra bruta”, supone para
el/la “aprendiz” la transformación de sí mismo en la condición de masón/a, entendida como una
muerte, simbólica, para nacer a una nueva vida; de ahí deriva su fortaleza
moral en el descubrimiento de su unidad y esencia interna; en la conciencia de
su propio ser y la estimulación de sentimientos nobles, lo cual conlleva un
doble proceso psíquico, en permanente equilibrio.
Por un lado, la capacidad intelectual de razonar,
de aprender de las experiencias, de reflexionar en torno a ellas e
interpretarlas con el fin de establecer las formas de interacción entre la
conciencia y lo externo a ella, y por otro lado, el conocimiento intuitivo y
emocional.
Esta es la faceta espiritual del pensamiento
humano, que nos facilita acceder a un conocimiento superior, y para ello el/la “aprendiz”
deberá asimilar y experimentar en su conciencia, el sentimiento de la enseñanza
simbólica del pulimiento de la “piedra bruta”, es decir, la
devoción, la vida y la calma interior, ya que, solo de esta forma llegan a
aflorar en la conciencia del “aprendiz”, los sentimientos de
fraternidad, caridad y tolerancia, los cuales nos hacen más dignos de nuestra
condición de masones/as.
VIVENCIAS
Durante estos años de duro y constante trabajo de
pulimiento y transformación de mi “piedra bruta”, he aprendido a
cultivar una serie de valores y principios que tenía olvidados, tales como: la
fraternidad, la tolerancia y la empatía; así como, a controlar mis impulsos más
primarios ante cualquier eventualidad. Lo cierto es que vivimos inmersos en un
mundo en el que sólo nos preocupamos de nosotros mismos, de nuestro bienestar y
felicidad, de satisfacer nuestros deseos y pasiones, sin importar, a quien
arrastremos en nuestro camino con tal de conseguir nuestras metas; sin tener en
cuenta que a nuestro alrededor hay personas, hermanos, en iguales o peores
circunstancias que las nuestras, que necesitan de nuestra ayuda, apoyo y
comprensión.
Sólo a través de este trabajo de transformación
interior, me he dado cuenta de cuáles son mis vicios, mis pasiones e
imperfecciones. Cuando empezamos a tratar y mirar a los que nos rodean de la
misma manera que a nosotros mismos, es cuando realmente, comenzamos a priorizar
y dar valor a lo que es realmente importante y valioso, “la vida humana”.
Una vez, descubiertos mis vicios y defectos es
cuando comienza, realmente, esta ardua labor de golpear, romper y arrancar todo
lo que me consume y ahoga, un trabajo que implica una gran fuerza y constancia,
necesaria para ir puliendo mi “piedra bruta”, comenzando siempre
desde el interior hacia el exterior, ya que, solo así, podré renacer como una
persona nueva, libre, pura y justa. Sólo así podremos salir de la oscuridad, en
la que vivimos atrapados, para llegar hacia la luz, la perfección.
Durante estos años de iniciación he ido
adquiriendo nuevos conocimientos, ampliando mis fronteras y creciendo como
persona. Es cierto que en ocasiones las flaquezas, incertidumbres y el miedo me
han paralizado, pero es en esos momentos cuando busco el apoyo y soporte en los
conocimientos, principios y enseñanzas aprendidas y adquiridas para conseguir
redirigir mi vida, mis acciones y mis pensamientos en la línea correcta,
siempre ascendente en busca de “la verdad” y “la perfección
interior”.
He aprendido a interpretar los símbolos,
costumbres, usos y alegorías masónicas, intentando conseguir ese equilibrio tan
deseado entre el plano espiritual, intelectual y físico. Sin embargo, esta
labor no termina con esta etapa, sino que perdura durante todo el proceso de
crecimiento personal, en los que habrá, numerosos altibajos e incluso recaídas;
sin embargo, me siento reforzada y dotada de las enseñanzas y herramientas necesarias para
seguir combatiendo contra mis pasiones e imperfecciones, ya que, solo de esta
manera podré romper esas ataduras que me esclavizan, para convertirme en una
persona libre y justa y poder contribuir, en la medida de lo posible, a mejorar
esta sociedad en la que nos ha tocado vivir.
He dicho,
Ap.·. M.·.
Mayte Marrero